La angustiosa pasividad

En la vida existen momentos en los cuales hacemos lo que tenemos que hacer o seguimos dejándonos llevar por lo que sentimos. Todos nacemos con talentos y potencialidades sin límites, la diferencia está en que algunos desarrollan esa capacidad y otros simplemente asumen la quietud dada por el miedo, el cual no es más que un proceso aprendido e influenciado por el entorno social, viene dirigido casi siempre de donde más nos aman y llega disfrazado de seguridad, se dic entre otras cosas que el amor es protección. Cuando estamos bajo los efectos de la quietud y la inmovilidad la primera en afectarse es nuestra autoestima y es porque simplemente no estamos fluyendo de manera natural, nuestro mente y alma y están tan pesados como el plomo y es una carga de nula utilidad.

Es muy duro vivir en la angustia constante, pero pasa que el hombre al ser un ente de costumbre se acomoda a la angustia y no gira el vector hacia una nueva acción que lo saque de allí, la sinergia tendrá que ceder si mandamos fuerzas contrarias de movimiento a nuestra mente. La sensación difícil del estancamiento sólo cambiará cuando empecemos a componer las acciones de manera distinta, hay una gran ventaja, que la suma de aunque sea pequeñas acciones siempre de un resultado que puede ser pequeño pero que sumados son exponencialmente agentes de cambio, la vida en este tipo de contexto podemos denominarla más que justa.

Cuando acuñamos cambios necesariamente viene a continuación la llamada incertidumbre que muchos de nosotros quisiéramos jamás sentir, es una apesadumbrada sensación angustiosa, este proceso es mejor vivirlo, la conformidad en la vida nos hace cadáveres insepultos, es mejor el riesgo a la monotonía de la pasividad. Aunque parezca que se ha definido aquí un círculo vicioso, no lo es, tarde o temprano la suma de acciones y la reunión de cambios nos pone en el sitio donde nos podemos sentir los dueños y protagonistas de nuestra existencia.